Hace un mes hoy, por uno de esos regalazos que papá Dios hace y no acabas de comprender bien por qué, crucé la Puerta Santa de la Basílica de san Pedro, abierta hacía menos de 48hrs. Si la experiencia de cruzar la Puerta, de ser parte de los comienzos de esa larga fila de peregrinos que durante este año llegan hasta allí para este sencillísimo -y casi fugaz- gesto, es una auténtica revolución interior, lo es más cuando ha sido preparado en un espíritu de peregrinación. Te comparto siete mensajes que fui recolectando en siete iglesia de Roma, antes de cruzar la Puerta.
1. Plaza de San Pedro: la Iglesia, Madre, nos abraza
Es tal vez un cliché, pero no lo hace menos real. La majestuosa columnata de San Pedro, repleta de santos, como dos brazos abiertos asemeja un gran abrazo de la Iglesia toda a los que llegamos. En ella nos sentimos tan pequeños como amados.
2. Basílica de san Pablo Extramuros: el silencio
Esta basílica tiene, para mí, un encanto único. O varios. Esta vez me quedé enamorado de su silencio. Alejados del centro, casi solos, bajo la imponente imagen del Cristo del ábside, hubo tiempo para la oración más calmada, más tranquila, más profunda.
3. Iglesia del Quo Vadis: la vida es para entregarla
Este pequeñísimo templo recuerda la tradición según la cual Pedro, huyendo de Roma, se encontró con el Señor y le preguntó: Quo vadis, Domine? El Señor le responde: a Roma, a ser crucificado de nuevo. En este sitio Pedro decidió regresar a Roma, y allí parece invitarnos continuamente a vivir aquella radicalidad.
4. Archibasílica de San Juan de Letrán: la Iglesia es misterio de comunión
Es la “madre y cabeza de todas las iglesias”, la sede del Obispo de Roma. Es el símbolo de su autoridad, y cada una de las columnas del templo guarda unas imágenes imponentes de los Doce. Siempre me parece un recuerdo constante de la belleza -y el reto- del Misterio que es la comunión en la Iglesia.
5. La Scala Santa: una multitud nos precede en la fe
Aquí se conservan los escalones que, según la tradición, descendió Jesús al salir del pretorio de Pilatos. Solo pueden subirse de rodillas. Es hermoso cómo se notan las ondulaciones de la madera en los escalones: testimonio vivo de las generaciones que, por siglos, los han subido de rodillas antes que nostros. No vamos solos.
6. Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén: la cruz es real, la Resurrección también
Aquí se custodian los restos de la cruz de Nuestro Señor, los clavos y algunas espinas de la corona. Se puede experimentar la crudeza del dolor de Jesús. De algún modo, es un ‘golpe de realidad’. Te hace exclamar: fue cierto. Y recordar: fue por mí. Y con la misma fuerza, proclamar confiado: tan real como este trozo de madera, es la Vida Nueva que nos espera.
7. Basílica de Santa María la Mayor: siempre está Ella
Cuando voy a Roma intento pasar, lo primero de todo, a saludar a la Salus Populi. Esta vez fue casi la última, pero siempre es igual de bueno. Siempre me confieso aquí, también esta vez. En esta basílica, que no es mi favorita estéticamente, siempre me siento, más que abrazado, como acurrucado por la Madre. Se hace real esa escena -que refleja hermosamente su Puerta Santa- en que Jesús en la cruz, mirando al discípulo, y en él a todos nosotros, le dice a María: «Ahí tienes a tu hijo».
Y finalmente, de nuevo San Pedro.
Una larga fila, la Puerta Santa abierta y el corazón dispuesto.
Joe Cerruti